Paseo del Espoloncillo
Tercera etapa del tercer paseo
Castilla
El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga.
Cerrado está el mesón a piedra y lodo...
nadie responde... Al pomo de la espada
y al cuento de las picas el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A los terribles golpes
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules, y en los ojos lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.
—Buen Cid, pasad. El rey nos dará muerte,
arruinará la casa
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!
Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita: "¡En marcha!"
El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos,
—polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga.
Alma (Manuel Machado)


Alejóse de la puerta,
por Burgos cabalgaba,
llegó a Santa María
al punto descargaba,
hincóse de rodillas,
de corazón rogaba.
Acabada la oración,
luego a caballo montaba;
salió por la puerta,
y el Arlanzón pasaba.
Junto a la ciudad de Burgos,
en la glera acampaba,
hincaba la tienda,
y al punto descabalgaba.
Mio Cid Ruy Díaz,
el que en buena hora ciñó espada,
acampó en la glera, porque
nadie le acoge en su casa;
en derredor de él,
mucha y buena gente de armas.
Así acampó Mío Cid,
cual si estuviera en montaña.
Poema del Cid