Barrio Jimeno
Séptima etapa del tercer paseo

El centro de atracción máxima de mis terrores, sin embargo tan dominantes, era el Barrio Jimeno, cuarto oscuro, misterioso recinto continuador del Barrio San Cosme, de mis vivencias. No podía evitar la atracción que sobre mí ejercicio, pese al tremendo esfuerzo al que me obligaba el miedo a penetrar en su territorio.
Casi todas las noches, ya con las farolas del gas ensayando su proyección de luz azul, entraba en el Barrio en busca del abuelo Victoriano, que me esperaba el pie de su fragua como un dios protector. Y solamente cuando, cogido de su mano, regresaba al punto de partida, me libraba de la opresión que el Barrio Jimeno me producía.
Era como una liberación. Y es que, efectivamente, el Barrio Jimeno contaba con todos los atributos, representaciones y elementos para mover a espíritus, tan sensibles e inestables como el mío, al terror que los fantasmas pueden producir. Isabel la cojita, me lo repetía: “¡Hay bichos en los árboles! ¡Búhos que se lanzan sobre los transeúntes y les chupan la sangre!”.
A la entrada de Barrio Jimeno, a la espalda como quien dice de la iglesia de San Cosme, estaba la Botería, con los cuerpos mutilados de las corambres alineadas contra la pared. Era un ejército de cadáveres, con sus muñones rígidos y sus vientres hinchados. A la luz última de la tarde, aquellas figuraciones estampadas contra la pared producían terror, como si temiéramos que en cualquier momento pudieran desprenderse de su encadenamiento y lanzarse sobre las gentes…
Cualquier tiempo pasado (Victoriano Crémer)
