Arco de Santa María
Undécima etapa del cuarto paseo
Y sin abandonar el pupitre, aunque sin demasiado entusiasmo, de la mano de un compañero de mi misma catadura y miseria, me ofrecí al periódico El Castellano, que era órgano del buen nombre de Burgos, del Cid Campeador y de las tradiciones, como vendedor a comisión. Algo le debió de extrañar al encargado de signar tales funciones la solicitud de un carajillo tan exiguo de todo como yo, pero debe caerle en gracia y sin someterme a ninguna clase de examen ni exigirme certificado ninguno, me concedió verbalmente el puesto de vendedor del periódico en el Arco de Santa María, al pie, como quien dice, de la catedral famosa, por un lado, y del río Arlanzón, río con orla de hielo, por el otro.
Algo misterioso nos mantiene en la idea de que el Arco de Santa María, con la altiva desnudez de los torreones en ruinas del castillo vencido, componen los dos fuertes extremos de esa ballesta espiritual e histórica por la que Burgos, matriz de Castilla, sale disparada, como una flor o como una alondra, hacia el infinito, y por la que el burgalés siente el vértigo maravilloso de la altura.
Desde el Castillo, Burgos nos ofrece su ancha perspectiva materna, su condición familiar de clan, apretado, sumiso y resistente; población feudal bajo la tutela o la amenaza, según soplen los vientos, del omnipotente señor dominador.Desde el Arco de Santa María la visión es bien distinta, más entrañada, más personal, más de cada uno de los pobladores del alfoz de Burgos, hombres libres, con voz y voto en los Concejos abiertos, y con empaque de señores de sí mismos en un ambiente de libertad impuestos por exigencias de repoblación y defensa de la tierra... ¡Es la Patria desde abajo!
En los altos pedestales del Arco de Santamaría los jueces y los condes legendarios asisten, con impasible talante, al ser y al fenecer de las cosas. Las aguas temblorosas del río, en el ancho cauce, camino de la mar, repiten incansablemente las eternas estrofas manriqueñas.
Tantos duques excelentes / tantos marqueses y condes
y varones
como vimos tan potentes, / di, Muerte, ¿do los escondes
e traspones?
E las sus claras hazañas, / que ficieron en las guerras
y en las paces,
cuando tú, cruda, te ensañas, / con tu fuerza las atierras
y desfaces...
Cualquier tiempo pasado (Victoriano Crémer)
